Me convertí en una carga para mi padre después de perder la capacidad de caminar – Historia del día

Quedé paralizada y atrapada en una silla de ruedas en un accidente, y mi padre se negó a cargar conmigo.

Tenía 19 años cuando me atropelló un vehículo de camino al trabajo. Para mí fue el fin del mundo: un chirrido de neumáticos, oscuridad y dolor. Y cuando me desperté, oí las voces que decían que no volvería a caminar.

Seguí preguntando por mi padre, pero solo apareció tres días después, con el peor aspecto, y supe que había estado de fiesta mientras yo estaba allí luchando por mi vida.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash

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Mi madre murió cuando yo tenía 12 años, víctima de un cáncer de mama. La recuerdo como una mujer dulce y cansada, siempre afectada por las crueles palabras de mi padre, trabajando para traer alimentos a la casa mientras él se bebía su sueldo.

En cuanto cumplí los 14 años, me ordenó que buscara un trabajo a tiempo parcial para ayudarlo con las facturas, y cuando cumplí los 16, dejé los estudios y empecé a trabajar a tiempo completo para mantenerme a mí… y a él.

Cuando mi padre finalmente llegó al hospital a verme, no había ni compasión ni gratitud en sus ojos. El médico explicó que aunque no me había quebrado la columna, había sufrido un golpe y una compresión severos.

Podía, con mucha suerte, recuperar la capacidad de caminar, pero lo más probable era que pasara el resto de mi vida en silla de ruedas. Y fue entonces que mi padre se marchó. Le dijo al doctor: “Tiene más de 18, es adulta, ¿no? No es mi responsabilidad. Encárguese usted”.

Recuerdo la expresión horrorizada de mi médico y la mirada de mi padre recorriendo mis piernas inertes. “¡Inútil! Inútil como tu madre”.

Esas fueron las últimas palabras que escucharía de él durante los siguientes seis años. Poco después me trasladaron a un centro de recuperación donde tuve la suerte de que me asignaran a una terapeuta llamada Carolina Herrera.

Era una mujer mayor y maternal que me tomó inmediatamente bajo su protección. Carolina me empujó hacia una recuperación que nunca había soñado.

El día que me puse de pie y di mi primer paso, lloré como un bebé, y Carolina también. Era solo el principio, y los meses siguientes me esforcé aún más. Finalmente me declararon sana.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash

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Fue un momento agridulce para mí. Estaba curada de mi lesión y volví a caminar. Sin embargo, me sentí aterrorizada. No tenía a dónde ir, ni familia. Estaba sola en el mundo.

Carolina entró y me encontró llorando. Se sentó a mi lado en la cama y me abrazó. “Jenny”, me dijo, “está bien tener miedo. Estás empezando tu vida de nuevo”.

“No tengo a nadie, ni a dónde ir”, susurré, recordando a otros pacientes que salían rodeados de una familia cariñosa, “estoy sola”.

“No, no lo estás”, dijo Carolina con firmeza, “he querido hablarte de eso. ¿Te gustaría mudarte conmigo? Solo hasta que vuelvas a organizar tu vida…”.

Así que lo hice, y fue encantador. Carolina y yo nos llevamos de maravilla, y me dio mi propia habitación, la más bonita. “Era de mi hija”, me explicó Carolina con lágrimas en los ojos. “La perdí como tú perdiste a tu madre”.

Al día siguiente empecé a buscar trabajo en la computadora de Carolina, pero cuando bajé a desayunar había unos folletos informativos en la mesa. Eran de una escuela que anunciaban clases nocturnas para adultos que quisieran completar su educación secundaria.

“Creo”, dijo Carolina con firmeza, “que tienes que volver a la escuela para ingresar a la universidad”.

Me quedé con la boca abierta. “¿La universidad? No puedo permitirme la universidad”, pensé. “Carolina, no tengo ni un céntimo y no tengo forma de mantenerme si no consigo un trabajo rápido”.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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Carolina negó con la cabeza: “No, Jenny, no puedes permitirte NO ir a la universidad. Escucha, te prestaré el dinero y, cuando te gradúes, me lo devuelves, como si fuera un préstamo estudiantil en un banco”.

Así que me convenció, y rápidamente completé los estudios secundarios que necesitaba y solicité el ingreso en la universidad. Reconozco que el ejemplo de Carolina me inspiró para convertirme en enfermera y, cuatro años después, me gradué con honores.

Empecé a trabajar en un hospital y terminé especializándome en cuidados neonatales. Un día, un equipo de televisión vino a hacer un reportaje sobre un par de trillizos idénticos y acabó entrevistándome.

Durante un tiempo, me convertí en una celebridad, pero la atención me trajo una visita no deseada. Sonó el timbre de la puerta y, cuando abrí, me quedé atónita al ver a mi padre.

Tenía un aspecto terrible, como de vagabundo, y apestaba a alcohol y sudor. “¡Jenny, mi dulce niña!”, gritó, extendiendo sus manos. “Por fin te he encontrado”.

“¿Me has encontrado?”, pregunté bruscamente: “Me abandonaste en el hospital porque era una inútil, ¿recuerdas, como mi madre?”.

Se le escaparon unas lágrimas. “Oh, mi niña”, sollozó. “Perdóname, estaba asustado y en shock… No rechazarás a tu padre ahora, ¿verdad? No he estado bien…”.

“A mí me parece que estás bien”, le dije con frialdad, pero mi ojo entrenado ya había notado el tinte amarillo de su piel y sus ojos. Tenía algún tipo de trastorno hepático, probablemente debido a su forma de beber.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pixabay

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Avanzó arrastrando los pies. “Estoy enfermo, Jenny, papá te necesita de verdad. Estoy sin dinero para comer… No vas a dejar que tu papi pase hambre, ¿verdad?”.

“¿Como si no me hubieras dejado a mi suerte? ¿Sin ayuda en una silla de ruedas? Adivina qué ‘PAPI’. Sal de aquí”. Le cerré la puerta en la cara y volví a entrar en el salón.

Carolina me miró y sonrió. “¿Quién era ese, Jenny?”.

“¡Oh, solo un hombre vendiendo algo!”. Fui al sofá, me senté junto a Carolina y la abracé con fuerza. Carolina me devolvió el abrazo.

“Jenny”, dijo, “hay algo de lo que quería hablarte. ¿Me permitirías adoptarte? ¿Ser tu madre? Porque en mi corazón ya eres mi hija”.

Empecé a llorar y no pude parar. Había sido maldecida con una infancia terrible, y ahora, como adulta, había tenido la suerte de encontrar un hogar cariñoso y una familia que me quería.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • La familia se construye con amor, no con un vínculo biológico, ni con un ADN compartido.
  • Lo que das es lo que recibes, como descubrió el padre de Jenny.

Comparte esta historia con tus amigos. Puede que les alegre el día y les inspire.

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