Éste era el primer Halloween que la hija de Kate celebraría sin su padre. Ella aún no había superado la desaparición de su marido, pero al ver a su hija sonreír de nuevo hizo que lo olvidara todo. Sin embargo, cuando vio el mismo vestido que Carl le hacía a otra niña, el corazón le dio un vuelco.
Era casi Halloween y el aire estaba cargado de la frescura del otoño. Las hojas crujían bajo los pies y el vecindario se transformaba poco a poco en un país de las maravillas, festivo y espeluznante.
Fuera de su acogedora casa, Kate estaba ocupada decorando, decidida a que todo fuera perfecto para su hija, Holly.
El césped ya estaba lleno de un revoltijo de adornos: murciélagos de plástico, telarañas falsas y calabazas parpadeantes.
Solo con fines ilustrativos | Fuente: Midjourney
Kate estaba de pie en un taburete, ensartando cuidadosamente los murciélagos, mientras Holly la seguía de cerca, trayendo sus propios objetos para contribuir.
El entusiasmo de Holly hacía sonreír a Kate, pero la niña tenía sus propias ideas sobre Halloween. Holly no acababa de entender el concepto de “espeluznante”.
En lugar de adornos espeluznantes, llevaba sus muñecas rosas favoritas y un osito de peluche mullido, y los colocaba con cuidado en el porche delantero, junto a los farolillos.
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Kate observó divertida cómo Holly colocaba los juguetes en fila. Admiraba la creatividad de su hija, pero sabía que había llegado el momento de explicarle, una vez más, en qué consistía Halloween.
“Cariño -empezó Kate, con voz suave-, Halloween tiene que ser espeluznante, no bonito”.
Sonrió suavemente, consciente de que ya se lo había explicado mil veces, pero Holly sólo tenía cinco años y sus propias ideas.
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Holly miró a su madre con ojos muy abiertos y curiosos.
“Pero, ¿por qué, mamá? ¿Por qué tiene que ser espeluznante?”, preguntó con sus manitas aferrando su querido osito de peluche.
Kate rio suavemente y bajó del taburete.
“Bueno, así es como funciona Halloween”, explicó pacientemente.
“Es una época en la que la gente se disfraza y finge dar miedo, sólo por diversión. Pero no pasa nada si también lo hacemos un poco tierno”.
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Holly seguía sin estar convencida, con las cejas fruncidas. Pero al cabo de un momento asintió y se encogió de hombros.
“Vale, mamá”. Entonces, se le iluminó la cara. “¿Puedo ponerme el disfraz que me hizo papá el año pasado?”, preguntó, con los ojos brillantes de emoción.
A Kate se le encogió el corazón al oír hablar de Carl, su esposo, que había desaparecido sin dejar rastro hacía seis meses.
Fue como un puñetazo en el estómago que le borró la sonrisa de la cara.
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Por un momento, se quedó inmóvil, con las manos temblándole ligeramente mientras tomaba un adorno de murciélago para colgarlo.
“No, cariño”, dijo Kate en voz baja, con la voz entrecortada en la garganta.
“Este año te haré un disfraz nuevo”.
“Pero me gustaba el disfraz de papá”, protestó Holly, con la voz teñida de decepción.
“¿Crees que volverá para Halloween?”, añadió inocentemente.
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La pregunta flotaba en el aire como un peso pesado. A Kate le dolió el corazón, pero forzó una sonrisa, se arrodilló a la altura de Holly y le apartó un mechón de pelo de la cara.
“No creo que vuelva, cariño”, dijo Kate, con voz suave pero llena de tristeza.
El dolor de no saber qué le había ocurrido a Carl nunca la abandonaba, pero tenía que ser fuerte, por Holly.
Aquella noche, la emoción en el aire era casi tangible.
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Kate se arrodilló ante Holly, asegurándose de que cada detalle del nuevo disfraz de su hija fuera perfecto.
Holly apenas podía estarse quieta, con sus piececitos rebotando de expectación y el cubo de caramelos agarrado con fuerza en una mano.
“Quédate quieta un segundo más, cariño”, dijo Kate con una sonrisa, ajustando la capucha de la capa de Holly y dándole un último tirón para asegurarse de que quedaba bien.
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“¿Lo tienes todo? El cubo, la linterna, la capa… ¿todo listo?”.
“Sí, mamá”, dijo Holly, con la voz burbujeante de emoción. Tiró de la manga de su madre con impaciencia.
“¿Puedo irme ya, por favor? Mis amigas me esperan”.
Kate no pudo evitar reírse ante la impaciencia de Holly. La alegría pura en el rostro de su hija era contagiosa y, por un breve instante, toda la preocupación y la tristeza que Kate sentía por la desaparición de Carl se desvanecieron.
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“De acuerdo, vamos”, dijo, y tiró de Holly para darle un rápido abrazo antes de soltarla. “Cuídate y diviértete”.
Holly esbozó una amplia y brillante sonrisa, con los ojos brillantes de emoción, antes de salir corriendo para reunirse con sus amigos.
Un pequeño grupo de niños, todos vestidos con coloridos disfraces, ya esperaba al final de la calle, con sus risas resonando en la noche.
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Kate observó a Holly mientras desaparecía en el mar de disfraces, sintiendo una gran alegría al ver a su hija tan feliz.
Con un suspiro de satisfacción, Kate se volvió hacia la casa y empezó a preparar un gran cuenco de caramelos para los niños que pronto llamarían a la puerta.
No tardó en sonar el timbre y el coro familiar de “¡Truco o trato!”, llenó el aire.
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Kate saludó a cada grupo de niños con una cálida sonrisa, dejando caer caramelos en sus ansiosos cubos y riéndose de sus coloridos disfraces.
Pero entonces apareció una niña en la puerta y a Kate se le congeló la sonrisa.
La niña iba vestida con un bonito abriguito con una capa saltarina y, por un momento, a Kate se le cortó la respiración.
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El disfraz le resultaba tan familiar, demasiado familiar. Era igual que los que Carl solía hacer. El mismo tejido, los mismos detalles intrincados y la misma capa elástica.
La mente de Kate se remontó a cuando Carl se sentaba ante la máquina de coser, trabajando en los disfraces de Holly, y le explicaba cómo hacer que la capa flotara a la perfección.
“Es un disfraz precioso, cariño”, dijo Kate, con la voz ligeramente temblorosa mientras intentaba contener sus emociones.
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“¿De dónde lo has sacado?”.
La niña la sonrió.
“Lo ha hecho mi papá. ¿Te gusta?”.
El corazón de Kate latía con fuerza. “Sí”, respondió, con la voz apenas por encima de un susurro.
“Es precioso… y la capa es saltarina, ¿verdad?”.
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La muchacha asintió con entusiasmo.
“Mi padre dice que es mejor así”.
Kate se quedó de piedra. ¿Podría ser? No, no podía ser. Carl llevaba tanto tiempo desaparecido.
Tenía que ser una coincidencia, ¿no? Pero por mucho que intentara convencerse a sí misma, algo en lo más profundo de su ser no se lo permitía.
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Incapaz de contenerse, Kate se inclinó y preguntó suavemente a la niña,
“¿Te importaría enseñarme dónde está tu casa? Me encantaría preguntarle a tu padre cómo hizo ese disfraz. Quizá pueda ayudarme a hacerle uno a Holly”.
La niña sonrió, dejando traslucir su inocencia.
“¡Claro! Vivo a unas calles de aquí”, dijo, señalando en dirección a su casa.
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A Kate se le aceleró el corazón en cuanto cerró la puerta tras la chica. No podía quitarse de encima la sensación de que había algo más.
¿Podría ser realmente Carl? Después de tantos meses, ¿estaba a sólo unas calles de distancia? Su mente daba vueltas, llena de una mezcla de esperanza y miedo.
Sin dudarlo, tomó su abrigo, se lo echó sobre los hombros y siguió las indicaciones de la chica.
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¿Y si realmente era Carl? ¿Qué le diría? ¿Qué diría él? Por mucho que quisiera respuestas, temía lo que pudiera encontrarse. Aun así, no podía echarse atrás. Tenía que saberlo.
Cuando Kate se acercó a la casa que había descrito la niña, sintió que se le cortaba la respiración.
Allí, en la puerta, repartiendo caramelos a los niños, estaba Carl. Su Carl.
El hombre al que había amado, el hombre por el que había llorado. Estaba vivo. Estaba allí, delante de ella.
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Carl la vio casi de inmediato y su rostro cambió. No había duda: la había reconocido.
Sus ojos se abrieron de golpe y, por un momento, ambos se quedaron paralizados, mirándose fijamente.
El corazón de Kate latía con fuerza en su pecho mientras daba unos pasos vacilantes hacia él. La única palabra que consiguió decir fue: “Hola”.
Carl tragó saliva y su voz apenas fue un susurro.
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“Hola” contestó él en voz baja.
Permanecieron un momento en silencio, con el aire entre ellos cargado de palabras y emociones no dichas.
Kate sentía que un torrente de preguntas bullía en su interior, pero ninguna parecía salir.
Le temblaba la voz cuando por fin consiguió volver a hablar.
“¿Cómo has estado?”.
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Carl suspiró profundamente, pasándose una mano por el pelo como si intentara encontrar las palabras adecuadas.
“Lo siento, Kate. No quería desaparecer así. Es que… no sabía cómo decirte la verdad”.
El corazón de Kate latió con más fuerza.
“¿La verdad?”, repitió, con la voz temblorosa. “¿Qué verdad?”.
Carl apartó la mirada, con la culpa dibujada en el rostro. “Conocí a otra persona”, admitió en voz baja.
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“Se llama Rachel y… me enamoré de ella. Esa niña, ahora me llama su padre. Son mi familia”.
Las palabras golpearon a Kate como una tonelada de ladrillos. Su corazón se hizo añicos. Apenas podía respirar cuando comprendió la realidad de lo que estaba diciendo.
“¿Y qué pasa conmigo? ¿Y Holly? Nosotros también somos tu familia”, dijo, con la voz apenas conteniendo el dolor.
“Lo sé”, dijo Carl en voz baja, con los ojos llenos de arrepentimiento. “Pero ya no podía vivir en dos mundos. Tenía que elegir”.
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Kate permaneció en silencio, con el corazón doliéndole a cada respiración. “Y los elegiste a ellos”, susurró, con voz apenas audible.
“Lo siento”, dijo Carl, con la voz cargada de arrepentimiento. Bajó la vista, evitando mirarla. “¿Hay algo que pueda hacer para arreglarlo?”.
Kate se tragó el nudo que tenía en la garganta y se obligó a mantener la compostura. “Sé feliz”, dijo, con la voz ligeramente quebrada. “Es todo lo que puedes hacer. Nosotros también intentaremos ser felices”.
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Antes de que Carl pudiera responder, una mujer apareció en la puerta detrás de él. “¿Quién es, Carl? ¿Qué está pasando?”, preguntó, con la voz aguda por la sospecha.
“Rachel, por favor”, empezó Carl, volviéndose hacia ella. Pero Kate ya había tomado una decisión. No necesitaba oír más.
Sin decir palabra, se dio la vuelta y se alejó, con el corazón oprimido pero decidida. El Carl que había conocido se había ido. Era hora de dejarlo ir y seguir adelante.
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Al acercarse a su casa, vio a Holly corriendo hacia ella, con el cubo de caramelos casi lleno.
La sonrisa de Holly era brillante y llena de alegría, iluminando la noche. Kate se arrodilló y abrazó con fuerza a su hija.
En aquel momento se dio cuenta de que todo lo que necesitaba estaba aquí, con Holly. Había llegado el momento de empezar a vivir de nuevo, sólo ellas dos.
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