Una pequeña rezaba todas las noches en su hogar de acogida porque otra niña le decía que Dios podía hacer realidad sus deseos. Oraba para que su madre regresara. Al día siguiente apareció una mujer mayor con una historia sorprendente.
“¿En serio? ¿Eso funciona?”, le preguntó Ángela, de cinco años, a Ana, otra niña mayor que ella que vivía en el mismo hogar de acogida.
“Sí, si rezas, Dios puede hacer que las cosas sucedan”, le aseguró.
Ana le había dicho a Ángela que orar era la única manera de hablar con Dios y que podía pedir cosas. Pero solo funcionaba si rezaba mucho y quería que sucediera.
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels
“¿Conseguiste tu deseo?”, le preguntó Ángela a Ana.
“Todavía no. Pero mi mami solía decirme eso. Espero volver a verla pronto”, le dijo la niña mayor desde la litera superior de su habitación.
Su hogar de acogida no era terrible. Pero había muchos niños, en su mayoría varones, y todos vivían en habitaciones diminutas con literas. Ángela extrañaba terriblemente a su mamá. No tenía idea de lo que le había pasado o cómo ella había terminado allí.
Un día, la niña pequeña estaba durmiendo en la cama de su casa y, de repente, apareció la policía. Lloró cuando la sacaron de su vivienda y su mami no estaba por ningún lado. La niña de cinco años quería desesperadamente volver a su hogar.
Esa noche, en el hogar de acogida, Ángela se levantó de la cama y se arrodilló junto a ella, agarrando sus manos en puños apretados.
“Querido Dios. Por favor, por favor, por favor, tráeme a mi mami pronto. Por favor, tráeme a mi mami”, oró Ángela, apretando sus manos. Repitió lo mismo varias veces antes de volver a la cama. “¿Cómo termino?”.
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“Tú dices ‘Amén’”, le dijo Ana.
“¡Amén!”, dijo la niña más pequeña.
“¡Todos, duérmanse ahora!”, dijeron los padres de acogida de las niñas. Ángela se subió a su cama rápidamente. Sus tutores se enfadaban si se quedaban despiertas hasta muy tarde, por lo que ambas niñas se envolvieron en mantas y trataron de conciliar el sueño.
“Espero que Dios haya escuchado”, le susurró Ángela a la otra niña
“Él siempre escucha”, respondió Ana.
A la mañana siguiente, sus padres de acogida prepararon el desayuno para todos y Ángela estaba un poco triste porque su mami no había aparecido de inmediato.
“Dijiste que Dios traería de vuelta a mi mami”, se quejó con la niña mayor.
“Te dije que lo haría. Pero lleva tiempo. Recuerda, yo también he estado orando y todavía estoy esperando. Tienes que esperar, pero él hará algo”, respondió Ana mientras comía sus panqueques. Ángela asintió. No tenía motivos para no creerle a la niña.
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De repente, sonó el timbre. “¿Quién será?”, dijo su madre de acogida, Andrea.
“¿Sra. Fernández?”, preguntó alguien desde la puerta, y a Ángela la voz le resultaba inquietantemente familiar. Sonaba como su mamá.
“¡Mami!”, exclamó y corrió hacia la puerta. Pero la mujer que estaba afuera no se parecía a su madre. No exactamente. Tenía el pelo gris y arrugas en los ojos. No podía ser su madre. Pero, ¿por qué tenían la misma voz?”.
“Ángela, regresa a comer”, insistió Andrea, empujándola suavemente hacia atrás.
“No, espere. ¿Usted es la Sra. Fernández? Soy Daniela Freites. Soy la abuela de Ángela”, reveló la mujer mayor.
“¿Qué? Pero nunca me dijeron que ella tenía otra familia”, dijo Andrea, confundida.
Ángela las miró a ambas con los ojos muy abiertos, especialmente después de escuchar sobre tener una abuela. Nunca la había conocido.
“Su mamá y yo… bueno, no teníamos la mejor relación. Cuando ella murió en un accidente automovilístico y los trabajadores sociales me contactaron, yo estaba viviendo en una comunidad para personas mayores”.
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“No podía acoger a una niña, pero ahora puedo. He estado trabajando con abogados y me dijeron que podía pasar buscando a mi nieta hoy”, reveló Daniela.
“Ok, déjeme llamar a su asistente social, por si acaso”, dijo Andrea. “Por favor entre”.
La mujer mayor entró y se sentó en el sofá mientras la madre de acogida hacía algunas llamadas telefónicas. Mientras tanto, Ángela tenía curiosidad. “¿De verdad eres mi abuela?”.
“Sí, cariño. Y vine por ti. Compré una casa nueva y queda cerca de un parque temático. ¿Te gustaría ir conmigo?”.
“¡Sí! Pero, ¿y mi mami?”.
“Cariño, tu mami ya no está. Pero yo sí, y nunca, nunca más estarás sola. Eso es una promesa”, juró la mujer mayor, tocando el brazo de la pequeña con cariño.
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Ángela sonrió. “Anoche, oré y oré para que Dios trajera a mamá de regreso. Pero él te envió a ti, y una abuela es como una mamá, ¿verdad?”.
Daniela se rio levemente. “Algo así”. Tocó suavemente la cara de su nieta. Luego regresó Andrea.
“La asistente social tuvo problemas con el auto y no tuvo tiempo de llamarme antes. Pero me dijo que era verdad. Déjeme ir a empacar las cosas de Ángela y luego puede llevarla con usted”.
Ángela aplaudió, abrazó a la mujer mayor y fue a despedirse de Ana. “¡Tenías razón!”.
La niña mayor sonrió y luego se abrazaron las dos. “¿Lo ves? Dios siempre contesta nuestras oraciones. Pero es diferente para todos”.
Ángela asintió, creyendo esas palabras en lo profundo de su corazón por el resto de su vida. Dios había respondido a sus oraciones, incluso si no podía darle exactamente lo que quería.
“Espero que él responda a tus oraciones pronto”, le dijo a Ana antes de irse con su abuela.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Cualquier cosa puede pasar mientras tengas fe. La niña rezaba mucho para que su madre regresara, pero en su lugar apareció su abuela, y Ángela nunca más se quedó sin familia.
- Siempre asegúrate de que los niños tengan un lugar donde quedarse si algo sucede. Nunca se sabe lo que podría pasar, y es mejor saber que tus hijos no se quedarán solos si algo malo pasa.
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