Cumpliendo el último deseo de su padre, dos niñas pequeñas visitan su tumba en su cumpleaños para mostrarle sus adorables atuendos. Cerca de la lápida, encuentran dos cajas bellamente envueltas con sus nombres y un mensaje que les llega al corazón.
Iris, de 6 años, y Mariana, de 8, extrañaban a su padre, Brian. Después de su muerte, no habían robado galletas y helados de la cocina por la noche, ni se habían aliado para fastidiar a su madre. Sin su padre, nada era divertido.
“¡Estás mimando a esas chicas, Brian!”, solía decirle Linda, la madre de las niñas. “Además, siempre las apoyas cuando les llamo la atención ¡Se roban las galletas de la despensa!”.
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“No lo puedo evitar, ¡son adorables!”, solía responder Brian con una amplia sonrisa. “Lo siento, cariño, igual sabes que te adoro, ¿cierto?”.
Así era Brian. Siempre equilibraba una situación. Era un dedicado hombre de familia. Pero después de su muerte, algo cambió. Iris y Mariana estaban muy calladas, y Linda, bueno, a ella le costaba aceptar su muerte.
Después de todo, sus últimos recuerdos con Brian eran terribles. Se deterioró ante sus ojos, y ella no pudo ayudarlo. Tras el diagnóstico, el desenlace ocurrió rápidamente, a pesar de los esfuerzos del personal médico.
Murió una madrugada, durante el sueño. La noche anterior había insistido mucho en que las niñas lo visitaran en el hospital y se quedaran con él hasta el último momento. Probablemente intuía que esa era su última noche con sus pequeñas hijas. También pidió hablarles a solas.
“En mi cumpleaños, quiero que mis niñas se vean lo más lindas posible, y tengo curiosidad por ver qué se pondrán. ¿Prometen visitarme y mostrarme sus hermosos atuendos? Verán, es posible que papá no esté con ustedes ese día, pero tienen que prometerme que se verán lo mejor posible”, fue lo último que dijo Brian aquella noche.
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Él no iba a volver, y Linda estaba devastada. No lograba recuperarse, sin importar cuánto lo intentara. Las niñas, en su ingenuidad, estaban siendo más fuertes que ella. El funeral había sido particularmente difícil; no podía soportar saberlo bajo la tierra.
El día anterior a su cumpleaños, las niñas le pidieron a su madre que las llevara de compras. Querían cumplir el último deseo de su padre
“Mami”, dijo la pequeña Iris. “A papá le encantaba mi vestido rosa. El que me regaló para mi cumpleaños y que ya no me sirve. Así que quiero uno del mismo color”.
“Puedes ayudarme a elegir, mamá”, sugirió Mariana. “Quiero que sea del color favorito de papá”.
“No creo que tenga tiempo, chicas”, dijo Linda, en un intento por evitar el tema. Aún estaba demasiado triste por la pérdida de Brian. No estaba lista para una divertida salida de compras.
“¡Pero tenemos que visitar a papá!”, dijo Iris. “Y nos pidió que usáramos algo hermoso en su cumpleaños”.
Los ojos de Linda se llenaron de lágrimas. Estaba tan consumida por el dolor que había olvidado el cumpleaños de Brian.
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“¿Él les dijo eso?”, preguntó Linda, con los ojos llenos de lágrimas.
“Sí, papá quería vernos con vestidos bonitos en su cumpleaños. Tenemos que visitarlo, mami”, dijo Iris. “¡Date prisa! ¡Tenemos que ir de compras!”.
“¿Cuándo les pidió eso?”, quiso saber Linda. “No lo sabía. No tenía idea de que les había dicho su último deseo”.
“La última noche que estuvimos con él, mamá”, reveló Mariana. “Nos tomó de la mano y dijo que quería vernos con lindos atuendos en su cumpleaños. Creo que deberíamos hacer esto por él. Sé que estás triste, pero, ¿nos llevarías?”.
Luego, se acercó a su madre y le susurró al oído. “Sé que extrañas a papá, pero tenemos que hacer esto por Iris. Ella tiene mucha ilusión por ponerse un traje rosa para papi”.
Mariana siempre había sido una niña brillante. Entendía cosas que a los niños de su edad les resultaría difícil comprender. Finalmente, logró convencer a su madre.
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“Está bien”, dijo Linda. “¡Vamos de compras, chicas! ¡Busquemos los atuendos más bonitos, para el cumpleaños de papá!”, dijo Linda, rompiendo en llanto y sus niñas la abrazaron para consolarla.
“No estés triste, mamá”, le susurró Mariana, palmeando la espalda de su madre.
Al día siguiente, en el cumpleaños de Brian, las niñas se vistieron con sus nuevos atuendos y se tomaron de la mano mientras caminaban hacia su tumba. Linda caminaba detrás de ellas.
Una vez que estuvieron frente a la lápida, las niñas notaron dos cajas bellamente envueltas con sus nombres, y una pequeña etiqueta en la parte superior decía que era de Brian.
“¡Mami!”. Iris se volvió hacia Linda y le dijo: “¡Mira, papá nos envió regalos! ¿No sabe que nosotras debemos darle regalos a él? ¡Es su cumpleaños!”, y se rio con inocencia.
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Mariana miró a su madre, como queriendo entender lo que ocurría. ¿Quién había puesto allí esos obsequios?
“Seguramente le pareció una idea genial, Iris. Adelante, abran las cajas, chicas”, dijo Linda con una sonrisa alentadora. Solo podía imaginar todos los favores que había pedido su esposo para sorprender así a sus hijas.
Mientras las dos niñas desenvolvían las cajas, Linda tuvo que ocultar sus lágrimas. Iris sonreía encantada mientras Mariana lloraba por primera vez desde la muerte de su padre.
Había un hermoso par de zapatos en cada caja, y una carta de Brian para ellas.
“¡Zapatos!”, exclamó Iris. “¡Son tan bonitos, mami! ¡Mi color favorito… rosa!”.
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La carta decía:
“Mis niñas preciosas,
¡Algunos ángeles aquí en el cielo se sorprenden al ver lo bonitas que son ustedes! Dicen que son las niñas más hermosas que Dios haya creado. Papi puede ver lo lindas que se ven con sus atuendos, y quería que también lucieran estos bellos zapatos. Espero que les gusten.
Verán, no me pueden ver, pero siempre estaré con ustedes. Quiero que sigan siendo las mismas niñas que asaltaban la despensa por galletas, a escondidas de mamá. La próxima vez que me visiten, quiero escuchar sus divertidas historias.
Quiero que sean felices y sonrían todos los días. Cuando piensen en mí, confíen en que estoy en un lugar maravilloso y que, desde aquí, las veo y las cuido.
Gracias por visitarme y desearme un feliz cumpleaños, chicas. Papá las ama con todo el corazón.
Les envío todo mi amor,
Brian”.
Cuando Mariana terminó de leer la carta en voz alta, abrazó a su hermanita. Miró a su madre y le dio las gracias por haberlas acompañado. Las tres se tomaron de las manos y sintieron la presencia de su amado esposo y padre a su alrededor y supieron que siempre estaría con ellas.
Linda sonrió y susurró: “Las quiero mucho”, y en su interior les agradeció por ayudarla a superar el dolor y darle la fuerza para vivir sin Brian.
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